El tiempo y el espacio son relativos, flexibles, circundantes y elásticos, de tal forma que para cada uno y cada quien existe una noción individualizada de un momento y de un lugar, cuyo valor depende intrínsecamente de las percepciones y del insight que el observador desarrolla.
El valor que suele asignársele a un momento y el recuerdo que se le tiene a un tiempo es la expresión del arraigo que la memoria vincula a ambas dimensiones. Es posiblemente el arte la mejor forma de materializar la reminiscencia del ser y el mejor conducto para hacerlo, indistintamente de la escultura, pintura, o el teatro: el tiempo, el espacio y la persona continúan siendo los protagonistas imprescindibles – al menos los tres juntos y que uno a otro se definen entre sí mismos.