Ir al cine siempre es emocionante – una experiencia que ni siquiera la tecnología doméstica más avanzada a logrado si quiera imitar – y resulta aún más, si la película en cuestión vuelve más real un recuerdo infantil que parecía limitarse al mundo creado por la imaginación, la mía en este caso. Ver un filme me hizo recuperar un recuerdo de niño, que si bien la memoria no me engaña, sucedido en 1987.
Por aquel entonces uno de los juguetes de moda fueron los G.I. Joe, las figuras de acción estaban basadas en vehículos de ataque a escala, aviones, tanques de guerra, acorazados e incluso bases militares y puestos de avanzada, con sus respectivos soldados, generales, milicias, mercenarios, divididos en dos lógicos bandos, que confrontados ideológicamente parecían distantes del contexto global en boga, la Guerra Fría – y más bien cercanos a una cuestión que ahora sería políticamente incorrecta: terrorismo, armas biológicas y tráfico de armas.
Como cualquier niño influenciado por el programa de televisión del juguete de moda, mi deseo fue tener como regalo del Día de Reyes una parte de la colección de G.I. Joe y Cobra. A los seis años podría decirse que se trataba de simples juguetes, quizás para la mayoría lo fue; sin embargo, entrar en contacto con términos que se referían a misiles, estrategia militar, comandos, rangos, terrorismo, balística, fuselaje y un sinfín de conceptos que despertaron mi curiosidad, al menos sólo eso. Jugar con los Joes me dio interminables horas de diversión, debo reconocer que aunque en mi mundo imaginario inventaba historias, procuraba que estuvieran fundamentadas con cierta veracidad, después de todo era mi mundo y mis juegos. Pronto, por iniciativa propia fui recurriendo a la literatura a mi alcance para comprender mejor con lo que jugaba, especial emoción me causaba ver que los juguetes en mis manos eran prácticamente los mismos que en televisión se veían combatiendo en la serie animada. Con la inocencia, y probablemente con el eros, infantil comencé a observar detenidamente a las mujeres en acción: Scarlett y La Baronesa, definitivamente la pelirroja llamó mi atención pero por quien realmente me incliné fue por La Baronesa, villana, cabello obscuro, lentes y su capacidad de mando. Posteriormente, en la película que vi hace poco tiempo, percibí que no me había equivocado pues el personaje encarnado por la hermosa Sienna Miller en realidad reflejó la belleza que tanto me cautivo en ese entonces.
Alguna vez, en vacaciones, fui a la oficina de mi padre con una de las dichosas figuras para no aburrirme, de repente una persona se me acerca para preguntarme sobre mi gusto por los juguetes bélicos a tal grado que casi me increpó por mi infantil comportamiento al no ser consciente de que en ese momento se libraba una cruenta guerra en El Salvador. ¿Guerra? – respondí – yo sólo quería jugar. Evidentemente, durante un largo tiempo, no dejé de jugar con los G.I. Joe; no obstante, comencé a ver el mundo a través de la televisión, las noticias se agregaron a mi preferencias a la hora verla.
No sé si exactamente el hecho haya influenciado mi vocación hacia las Relaciones Internacionales, puedo decir que si mi interés por lo que sucede a mi alrededor. Lo maravilloso del juego y la imaginación fue alcanzar la conexión de mi mundo con el Mundo, hoy 21 años después no dejé de sorprenderme al ver que alguien como yo – que jugaba e imaginaba – logró plasmar en la pantalla todo lo que imaginé. Pero tampoco dejo de horrorizarme ante la crudeza de la realidad, al pensar que hay niños que hay quienes juegan con armas y que algunos, por sus condiciones, difícilmente establecerán una diferencia entre el juego, la necesidad y el manejo de un arma.