
…Una Historia
Nunca una historia marcaría mi memoria en una manera tal que muchos años después de haberla escuchado por primera vez, continúa sorprendiéndome. Y al ver el objeto que la originó me hace pensar en las infinitas posibilidades de caminar sobre piedras que tal vez no lo sean o no lo parezcan.
Mirándolo le veo una cara, un cuerpo, abstracto, borrado por el tiempo pero ahí majestuosamente se erige Tláloc. A muchos sorprendió la lluvia que esa noche atestiguara su llegada a la Ciudad de México, el dios despertado después de un largo letargo responde a las ovaciones que le rodean y se hace presente a un pueblo que lo esculpió y que también enterró.
En lo personal, desde entonces, el “dios del agua” es uno de los más emblemáticos e enigmáticos del panteón mexica. Lo considero el más benévolo y al mismo tiempo, complejo de los dioses, habitando en el Tlalocan – paraíso terrenal que algunos ubican en la cumbre de lo que hoy es el Pico de Orizaba o bien, en el Popocatepetl – sigue sorprendiéndonos, su imagen es posiblemente la menos tenebrosa y la más distintiva de todos los dioses mexicas, al mismo tiempo que su parafernalia parece rodear los aspectos cotidianos de la vida del México antiguo. Hoy, sería algo así como un San Isidro Labrador, después de todo no deja de ser el continuo proceso de sincretización de los cultos religiosos y de sus imágenes.