Sobre vivir a la luz azul


 
 
Siempre al volver de noche, cuando ya es muy tarde o muy temprano según se quiera recordar, una atmósfera azul se extiende sobre los edificios más altos y los más bajos también. Cuando el manto de la penumbra apacigua las impetuosas luces de Madrid nocturna, sólo persiste una luz que sin ser la más luminosa se extiende como la como una neblina que evoca la sensación de estar en una urbe y no es que esta ciudad no lo sea pero a veces, sobre todo en esta zona, parece más discreta que la más pequeña de las ciudades.
 
El manto azul que indistintamente alumbra el tenue contorno de esos negocios que en horas como están abandonados al frenético zumbido de esas luces de tubos neón que lo emiten. Las calles silenciosas se llenan de sombras y unos cuantos locales, sigilosos y expectantes, reciben la visita de obscuras sombras que transgreden sus puertas. En otros portales, el sordo sonido de un timbre se vuelve el cómplice del visitante clandestino o del amante secreto. El viento agita alguna farola y las sombras que antes parecían inmutables se transforman en tenebrosas criaturas hiptonizadas al vaivén de las candelas. Las letras azules no las diluyen sólo tiñen el tapiz de los muros. Balcones y ventanas que esconden lo privado y otras que asoman lo más privado, desesperación, insomnio, cansancio. Es curioso pero no hay árboles, en su lugar, uno tras otro, rutinarios, postes, metálicos, grises pardos, los mismos de siempre, condenados hasta el aburrimiento y la monotonía misma de su sombra, anónimos del mobiliario urbano, despojos del presupuesto de la ciudad.
 
Hotel Meliá Princesa, son las dieciocho letras que de una fachada y la otra, que en total son treinta y seís, iluminan un lado y otro del barrio. Se puede observar desde Moncloa, bien ubicado incluso desde la calle de Galileo o prácticamente desde San Bernardo sobre todo si uno está cerca de la calle de Alberto Aguilera. Transgrede la esencia arquitectónica del entorno del Centro Conde Duque, pero a pesar de ello cuando lo veo desde cualquiera de estos puntos sé que estoy cerca de casa. Sin embargo, cuando se observa desde la colina sobre la cual se reconstruyó el Templo de Debod, sobre todo si es de día,  parece destacar majestuosamente aún sin ser un edificio espectaularmente diseñado. En el fondo no deja de ser un burdo bloque gris, cuya luz azul se extiende por la noche como una atmósfera que me convierte en un cómplice de la noche.
 
A sus pies, más no a su sombra, la calle del Rey Francisco tiene un principio y un fin: inicia sin mayor gracia que ser perpendicular a Princesa y termina majestuosamente en Pintor Rosales, justo donde uno de los brazos del Parque de Oriente abre sus balcones hacia la puesta del sol. Casi puedo afirmar que en ella hay de todo: una anónima oficina, un convento, la universidad, un colegio, un palacete, lo que hoy puedo llamar casa, la comisaría de policia, dos o tres bares, una iglesia y unos cuantos negocios. Por la tarde, al caer el sol se alarga con las sombras del ocaso que cede ante la ya naciente luz azul que se apoderará de esa noche. La calle es vieja y no niego que tendrá una infinidad de historias y que habrá sido testigo de anteriores glorias, al menos hoy me convierto en uno de los pocos que hasta el momento sé que escriben sobre una vía que para mi hasta hace poco fue anónima.

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About Alejandro O.

Internacionalista mexicano.