
Después de días de perdición, enojo y ciega furia, logro poner algunas ideas en orden y al mismo tiempo trato de trasladar esa tendencia a mi vida, que últimamente ha sido más caótica de lo que usualmente pero sin la fortuna de conducirla como yo he querido. No he perdido el control del todo aún, todavía me encuentro del lado que socialmente se considera funcional.
Hace ya varias semanas me enfrenté a una situación que me llevó al límite, sin mucha fortuna fui sometido a una del as pruebas más duras que he vivido, no fue una situación mortal pero me dejó enseñanza y creo salir fortalecido. A los ojos de un tribunal sin mucha perspectiva más allá de sus narices, por cierto muy alzadas, recibí una cantidad de singulares calificativos – algunos que ya de alguna forma anticipaba – sobre todo el que me tildó de arrogante. Es cierto, lo soy. Saber que vino de quien vino fue casi como el “amante de lo ajeno” que llama ladrón a su propio cofrade. Bueno, después de todo son cosas sin importancia: pasajeras y efímeras.
Hace no muchos días tuve el placer de conocer diversas opiniones en torno a quienes nos dedicamos a mi profesión, sobre todo de quienes creen tener el monopolio del conocimiento, y posiblemente de la verdad a su juicio, casi todas eran connotaciones negativas. Al menos creo que esa percepción tiene su origen en algunos y algunas colegas de profesión, quienes suelen expresar ideas que a veces – o por lo general – ni siquiera pueden calificarse como un impulso neural básico. No fue un tribunal pero si un juicio, sumario incluso.
El punto medio creo entenderlo yo. Parte de mi crisis tuvo su origen al intentar colocarme en el justo medio: ¿Qué se puede hacer? ¿Qué se debe decir? ¡Hombre! ¡Pues vivirlo! ¡Vivirlo para contarlo!
Lo sé, tengo pendiente escribir sobre el “dictador resplandeciente”… lo haré, que identidad y sentimiento no me falta.