Nunca he rechazado la invitación de un amigo a comer, cenar pero, sobre todo, a desayunar. Más o menos con tiempo, siempre es grato compartir una charla si la mañana es fría y lluviosa y el lugar ofrece un cálido momento de conversación. Algunas veces opto por lugares bulliciosos, otras por sitios demasiado convencionales o hasta tradicionales.
Una ocasión, un buen amigo y yo emprendimos un viaje Santiago de Compostela, en Galicia, España. El camino lo hicimos de noche y por autobús, llegamos justo antes del amanecer. Las mañanas de Santiago son frías, húmedas, la neblina y cierto olor a vegetación le dan un halo de misticismo a la ciudad vieja y a sus estrechas calles de piedra. Con las torres de la catedral como referencia, llegamos al centro a través de estrechas calles y en una esquina al final de la calle, encontramos el café Dakar. Lugar sencillo, cálido, simple, tradicional y agradable, arraigado a su entorno y en donde los únicos foráneos fuimos únicamente nosotros. Aquella vez ordenamos además unos croissants a plancha. Conforme pasaba el tiempo, el ruido de cubiertos, loza y gente hablando en gallego aumentó, mezclaba el olor del café y tabaco de una manera frenética, agradable y propia del lugar.
Al salir de ahí, sin preguntar rumbo o dirección, mantuvimos nuestro camino a través de la polémica calle, no andamos más de 2 minutos cuando ante nosotros se iba descubriendo la magnífica catedral de Santiago de Compostela –cuya fiesta por cierto se celebrará el próximo 25 de julio – y creo que la sorpresa fue compartida, mucho habíamos escuchado sobre este lugar, que en realidad está inspirado totalmente en la fe.
Santiago, Iago, Yago, Jaques, Saint-Jaques, es un nombre cuya fuerza emerge de su pronunciación, es también un santo cuya adoración no distingue entre tradición, sincretismo y adoración, el hombre que viajó al fin del mundo, que logró establecer la primera comunión de reinos cristianos después de la edad media, un culto pagano cristianizado que competía directamente con el tránsito de Jerusalén, una simbología llena de misticismo: un cisne, la vieira, y otros muchos elementos que trato de interpretar. El peregrinaje es por sí mismo un elemento para hacerse participe de la comunión con este lugar; sin embargo, cada uno de nosotros guardaba esa sensación de vagar por el mundo y nos asumimos como peregrinos santiagueños.
Es probable que un día este viaje se repita, dependerá de un intento por conjuntar una serie de factores que nos lleven a ese lugar. Posiblemente integremos nuevos elementos, personas, charlas y perspectivas, con toda certeza puedo decir que no faltara un lugar para esa charla matutina en el café Dakar: un espacio en donde a pesar de los tiempos modernos, se sigue disfrutando de un momento apacible al lado de una taza de café, justo como yo ahora que inicié este blog en un desayuno y lo termino, unos días después, con un vaso a mi lado.