Al concluir el último acto de Santa Anna, el telón cierra y unos instantes después vuelve a abrirse. Ante el público aparece Fernando de la Mora, personificado como Antonio López de Santa Anna, el resto del elenco, José María Vitier y el libretista de esta ópera, Carlos Fuentes, quien celebra sus 80 años. El público aplaude y vitorea, mis amigos y yo conmovidos desde un palco del Teatro de la Ciudad, evocamos recuerdos sobre las lecturas que hicimos de Fuentes, sobre nuestras propias vidas.
Era un adolescente cuando leí por primera vez Aura, su historia, la vida, la muerte, el amor y el erotismo me cautivaron. Fue la primera novela que leí a conciencia y desde entonces, su obra fue ocupando un lugar destacado en mi vida tanto como en mi modesta estantería de libros, todavía conservo esa vieja edición de ERA de la célebre novela. Ya mayor, “En esto creo: de la A a la Z” (Seix Barral, México, 2002) se convirtió en uno de los libros que mayor influencia tuvieron en mí, será porque comencé a leerlo durante mi estancia en Madrid, en 2003, un período peculiar y cuyas circunstancias definieron mis intereses, aspiraciones y motivos profesionales; sin embargo, más allá de esa egoísta visión, le lectura y relectura de este y otros libros creó un vínculo especial a partir de las charlas sobre la vida, el arte, el amor, la diplomacia y política.
Carlos Fuentes fue para nosotros un arquetipo de la cultura mexicana en nuestro voluntario exilio, constituyó una base de pensamiento y realidad, una crítica a lo que somos y fuimos, el espejo de la historia, el poder y la vida de personajes que libremente andaban entre la realidad y el misticismo mexicano. Fuentes fue también el modelo crítico del sistema internacional, contestatario y no reaccionario desde sus vivencias en Ginebra y París, opuesto a las atrocidades de potencia hegemónica de la cual fue declarado persona non grata, el hombre de las mil anécdotas, el rival latinoamericano de George W. Bush en 2003, el idealista que salvó revoluciones, el intermediario, el amante, el vividor y el bohemio. Su obra, amplia, la recorrimos en mil conversaciones; a veces, de broma llegamos a imitar su expresión oral al visitar una ciudad u otra, sus libros los intercambiábamos de una forma casi promiscua, lo devoramos, lo criticamos, lo aprendimos.
En 1958, publica “La región más transparente” (Ediciones Alfaguara, España, 2008 [1958]), en respuesta al “Laberinto de la soledad” que Octavio Paz escribió en 1950, su novela irrumpe en la sociedad mexicana. Crítico, escribe sobre la burguesía, la política, el pueblo, sus vicios, sus costumbres, sus virtudes, el autor adquiere la forma de Ixca Cienfuegos –posiblemente uno de sus personajes más complejos– el observador que vincula la realidad con la historia, el personaje eterno que lo sabe todo pero que contempla y aguarda, el corazón que late de las entrañas de la ciudad, el hombre que camina entre cabarets, arrabales, lo mismo que convive con los De Ovando y los Zamacona, finalmente un Prometeo. Esta obra es comparable a lo que en pintura logró Diego Rivera con sus murales, una cruel y cruda fotografía que por momentos se mantiene vigente. Años después actualizaría esa visión a través del cine con “Los Caifanes” (Juan Ibáñez, 1966), un retrato de la cultura de contrastes que cotidianamente vive la ciudad, un choque de culturas y la eterna fricción tradición y modernidad, la memorable escena del cabaret y un grupo de jóvenes vistiendo a la Diana Cazadora en Paseo de la Reforma, la muerte es también protagonista de la historia, nuestra historia.
Carlos Fuentes nos muestra con su vida, una tragedia oculta, y su obra, reflejo de su tiempo, un profundo conocimiento de las raíces culturales de su país y una visión amplia del mundo, cosmopolita, fue un mexicano universal. Fuentes indistintamente andaba entre Londres, Praga, Madrid, Veracruz, La Habana, Buenos Aires y México, conocía sus secretos, sus profundidades y sus placeres, viajero incansable, curioso, conversador siempre se preocupó por conocer a profundidad el lugar donde estaba. Por su obra, manejo del lenguaje y el diseño de sus personajes, se deduce que Carlos Fuentes recorrio en su totalidad la Ciudad de México, escribir los diálogos requirió escuchar atentamente los juegos de palabras, albures y otras suertes del lenguaje, visitar cantinas, cabarets, burdeles e incluso, las zonas más elitistas de la ciudad, sus hoteles, lugares de esparcimiento e incluso a las personas.
Con la muerte de Carlos Fuentes desaparece el testimonio de una era, del hombre que vivió entre dos siglos, entre dos historias y que vivió de cerca gran parte del proceso histórico y cultural de México. Se le podrán criticar muchas cosas; no obstante, su conocimiento e influencia es innegable, su aportación a las letras hispanas y a la cultura universal fue reconocida con las más altas distinciones: el Premio Cervantes, el Premio Príncipe de Asturias, Premio Rómulo Gallegos, Gran Cruz de la Orden de Isabel II, Caballero de la Legión de Honor, miembro de la Academia Mexicana de las Letras, así como una Doctor Honoris Causa por diversas universidades.
Fuentes es el escritor que más conozco y he leído. Su muerte es una gran pérdida que, sólo podremos sustituir a través de su legado, su ejercicio de la libertad de opinar y también, de de ser puentes de diversas culturas y medios de contacto entre nuestras raíces, la modernidad y el mundo. Sigamos escribiendo, sigamos leyendo que aún nos quedan libros, amores, amigos y vida, para contarla…
2 respuestas a “Sobre Carlos Fuentes”