El Festival Iberoamericano de Cultura Musical Vive Latino se ha realizado de forma continúa –salvo algunas interrupciones– desde 1998, un evento que reúne a diversas agrupaciones y representantes del rock en español y en otros idiomas. El Vive Latino, como normalmente se conoce a este evento, ha evolucionado y crecido en muchos aspectos, uno de ellos y el que considero más importante es justamente su contradicción.
Al respecto, quiero aclarar que no soy especialista en música, tampoco soy un asistente frecuente a festivales de rock; lo que sí, soy un observador y desde mi perspectiva hablaré de lo que para mí es y representa el Vive Latino. ¿Por qué es contradictorio para mí? Muy simple, se ha revestido de una identidad que dista mucho de su contenido y alude a recursos culturales trillados o que mantienen una vetusta vigencia. El origen es noble pero el fin no tanto, y no me refiero a las grandes utilidades que genera el Vive Latino, escribo de los mensajes.
El negocio, mejor dicho el festival nace en una época de efervescencia social y escepticismo político: el final de la década de los 90 del siglo pasado. En aquellos años el rock mexicano que no fuera el pop de Fobia o Maná, sonaba marginalmente y muchas agrupaciones que se consolidaron en años anteriores ya habían perdido mucho de su esplendor –pienso en Botellita de Jérez, Caifanes, Maldita Vecindad, Santa Sabina y El Tri– y otros más sobrevivían en tocadas a “precios populares” en la periferia de la ciudad. El Pop como género acaparó las estaciones de radio y de televisión, sólo algunos tímidos pero valiosos intentos persistieron: Café Tacvba tuvo algunas de sus mejores producciones en dicho período y la emergencia de nuevas propuestas comenzó a renovarse: Julieta Venegas, La Gusana Ciega, Ely Guerra, Plastilina Mosh, La Lupita, Jumbo y posiblemente el grupo más representativo de este momento y que impulsó el regreso del Rock como movimiento, Molotov.
Emilio Azcárraga Milmo murió en 1997 y con su muerte emergió una nueva generación de medios y de actores mediáticos. Al coro de No te haga bobo Jacobo, Voto Latino así como otras canciones, los jóvenes del país mostraron su escepticismo hacia un sistema político y desde luego, miles de hogares dejaron de sintonizar Televisa para otorgar su credibilidad a una joven empresa que ya despuntaba como competencia al entonces monopolio mediático. Nuevos medios, nuevas reglas: nuevo mercado. La neoliberalización de la economía mexicana, la resaca del “efecto tequila”, la huelga en la UNAM en 1997, el declive del PRI tras los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Franciso Ruíz Massieu, fueron algunos de los muchos factores que, por un lado, contribuyeron al ascenso del PAN a la Presidencia en 2000 y por otro, generaron un cambio social que influyó en los hábitos de consumo, en términos de bienes culturales, y se sentarían las bases que otorgaron mayor importancia a sus emisores que no necesariamente serían las instituciones dedicadas a la “cultura” sino las empresas de medios.
Comprar barato y vender caro, añadir valor agregado y suplir las necesidades de un mercado; o bien, dicho de otra forma, el mercado del rock mexicano se encontraba devaluado en términos de marca y hacía falta diseñar un producto para empaquetar, comercializar y vender a un público que no estaba pagando –algunas veces lo suficiente– por él. ¿Cómo se hace? Relativamente fácil: un escenario, infraestructura de comercialización y venta de entradas, patrocinadores, y sobre todo mucha publicidad y relaciones públicas. Desde 1998 a la fecha, la organización del Vive Latino ha perfeccionado su modelo de negocio de una manera extraordinaria, lo reconozco y es innegable que se vende bien, dándose el lujo de cancelar nombres importantes en su cartel sin generar mayor protesta o reclamación del público asistente: la gente paga con gusto boletos, consume, baila y canta pero sobre todo, consume, -insisto: paga sin chistar elevados precios- y los asistentes se muestran dispuestos a asistir nuevamente.
Entre 2012 y 2013, a partir de la campaña presidencial, el espíritu contestatario surgió de la juventud universitaria bajo el sello de la movilización social, específicamente #YoSoy132 y su oposición al regreso del PRI a la presidencia. El movimiento de los 132 acusaba a las televisoras y otras empresas de impulsar la campaña de Enrique Peña Nieto a la Presidencia y de ejercer una influencia política que, desde su perspectiva, supera a las instituciones del país, basándose en la influencia de la opinión pública y favoreciendo el voto hacia el candidato mexiquense. En la dinámica de la protesta social el movimiento 132 adoptó el recuerdo de la represión de 1968, el Jueves de Corpus Christi de 1971, Acteal y hasta las pintorescas máscaras del ex Presidente Carlos Salinas de Gortari: se agitaron recuerdos que no corresponden a la realidad ni al contexto vivido por esta generación. A pesar de su irrupción, la cual abrió el debate político de nuestro país, el movimiento comenzó a diluirse hasta integrarse a la estructura mediática mexicana por la vía de la “opinología”.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el Vive Latino? La contradicción del mensaje. Desde las gradas del Foro Sol es impresionante ver la concentración de personas en torno al escenario principal, la música indiscutiblemente es el foco de atención y se respira entusiasmo. La producción del evento, su logística también, muestran un gran esfuerzo para desplegar equipo de iluminación, audio y ofrecer una plataforma de entretenimiento que en ningún momento falló. Sobre la música y el desempeño de los grupos puede haber opiniones encontradas, finalmente están sujetas al subjetivismo pero lo cierto es que hay bandas que suenan mejor que otras y algunas viven emulándose así mismas año con año tanto como otras están sobrevaloradas y desafortunadamente el público suele ser complaciente.
El rock y la música son el pretexto, el consumo es la prioridad. Quiero pensar en el joven promedio que asiste, su nivel de ingreso y el gasto que representa asistir a un evento que lo inunda de publicidad de empresas como Telcel, Banamex y FEMSA a través de sus marcas de bebidas, la más destacable, cerveza Indio. Vasos de cerveza a 90 pesos y latas de refresco a 30 pesos, comisión pagada a Ticketmaster (como en cualquier otro evento de este tipo) y cargos adicionales a tarjetas de crédito, invitaciones a más conciertos organizados por OCESA. Sólo para tener una dimensión de la importancia de este evento, el interés económico que representa su continuidad, sólo hay que multiplicar el número de asistentes por el precio del boleto pagado más el consumo promedio al interior del Vive Latino… ya vistos como potenciales consumidores, fanáticos del rock o clientes ¿realmente el producto es de calidad? ¿Y qué hay de la crítica? Más complaciente aún, ahora es suficiente con distribuir pases VIP a twitteros “destacados” y jóvenes locutores de estaciones de radio universitaria para generar opiniones favorables: pose total.
Concluyo que uno puede ir disfrutar como le plazca y alcance el Vive Latino; sin embargo, el conjunto de jóvenes muestra pocos alcances en su capacidad de exigir más. Se prueba que la rebeldía es diluida a través del consumo, los asistentes son sólo clientes. Si la música es el pretexto que los patrocinadores hagan un mayor esfuerzo ya que ir al Vive Latino tiene una razón: escuchar rock en vivo y no a contemplar publicidad con fingidas consignas que evocan libertad, unidad, “cultura” y falsa rebeldía contra el “sistema”. Si vamos a consumir entonces, que por lo menos exista coherencia de lo contrario nuestra sociedad estará engendrando nuevas formas de enajenación con las que claudica en su ejercicio de decidir lo que desea ver y escuchar retrocediendo 40 años en la historia. Lo peor es que este proceso no será a través de las urnas ni de las instituciones sino mediante del poder adquisitivo y las empresas ¿Te suena el “Que no te haga bobo Jacobo”?